¿Una captura? mucho más que un pez. Crónica del bass de mi vida.

¿Una captura? mucho más que un pez.
Crónica del bass de mi vida.

No era un día de pesca cualquiera. Quería que un ser tan querido por mí como mi padre se evadiera y se olvidara de los duros mazazos que da la vida. A veces la distancia es el olvido y en este caso nos desplazamos a un embalse a muchos kilómetros de casa. Por intentarlo que no quede. Madrugón y un largo viaje. En su transcurrir nos ponemos al día de nuestras cosas y veo cómo está, después de soportar muchos problemas, como en todas las familias, pero que en personas especialmente sensibles como él causan estragos. ¿Mi obsesión? Que se olvide de todo durante unas horas y cargue un poco las pilas. Nada más y nada menos.
La luz del amanecer comienza a dar la cara y ya estamos a pie de embalse. Se respira un aire de complicidad que se magnifica cuando comenzamos a lanzar nuestros señuelos, en silencio, cada uno por nuestro lado. Él sus peces de vinilo y yo mis moscas. Cruzo los dedos por que saque el pez de su vida y disfrute como un niño, se lo merece. Ese es mi objetivo cada vez que salgo con él. Van pasando las horas y consigo mi primera captura. Un gran lucio que me alegra la mañana, pero la sensación es agridulce. Quiero que mi padre saque otro y que sienta esa adrenalina que te hace olvidarlo todo por unos instantes. Decidimos cambiar de orilla y probar suerte en una zona de rocas. Comenzamos a caminar y siento que hemos dado con el sitio. Ya sabéis… esa extraña sensación que se tiene cuando cuadran todos los factores. No sé si mi padre sentía lo mismo pero me voy desplazando por la orilla batiendo mucha agua y entonces pienso que si sigo así no le voy a dejar opciones ya que va detrás de mí. Con la excusa de tocar el fondo de una recula, le aviso de que voy a caminar sin lanzar un centenar de metros. Sabía que la zona que dejaba atrás era muy buena, pero quería que la pescar el y así cumplir mi objetivo, que no es otro que verle disfrutar. Ya en el fondo de la recula y transcurridos unos minutos escucho unos gritos… El corazón se me acelera ya que no es la primera vez que tropieza y se cae. “Luiiiiiiissss, tengo unooooo¡¡¡¡” Bien¡¡¡ el susto se convierte en emoción y echo a correr para ayudarle con la captura. Un precioso lucio de casi siete kilos. El momento es único. Sólo por ver su cara de niño de cinco años contando su relato ya mereció la pena la kilometrada, el madrugón y muchas cosas más. Liberamos al animal y me voy hacia el fondo de la recula meditabundo y feliz por la decisión de dejarle ese tramo para él. Sin lanzar, camino satisfecho y relajado, perdido en mis pensamientos mientras dejo atrás a mi padre, sabiendo que ya nos podíamos volver para casa con el objetivo más que ccumplido Hacía viento, el día estaba muy nublado, condiciones que dificultaban mucho la localización de cualquier señal en el agua. No obstante veo algo por el rabillo del ojo saltando a unos 15 metros de la orilla. Me giro y si, algo pasaba ahí abajo. Una docena de alburnos, apenas visibles entre el rizado del agua, saltaban en actitud de huida. Instintivamente saco línea, cargo y dejo caer la imitación donde había visto saltar a los pececillos. No recupero nada de línea y dejo que se hunda. En el primer tirón noto como hay algo de tensión y decido dar un enérgico cachetazo. Bieeeennn¡¡¡ otro lucio¡¡¡, menudo regalo… 



Comienza la pelea pero nada más empezar noto que el pez se mueve de forma distinta a lo que esperaba. No son los típicos tirones secos y contundentes de un esócido. ¿Entonces qué es lo que ha atacado mi mosca…? me preguntaba mientras comienza a salir la línea a mil… ¿Un gran barbo?, ¿una carpa?, no lo sé, pero por si acaso saco la cámara y la pongo a grabar, porque esto apunta bien. Canso un poco al pez y comienzo a acercarlo a la orilla. Llevo un equipo potente y no me costó demasiado. Con un metro y medio de calado emerge del fondo una sombra oscura que rápidamente me sacó de toda duda. Era un black bass de proporciones épicas… de repente entendí la importancia de lo que estaba viviendo y mi actitud cambio radicalmente. De estar sereno peleando con un buen lucio pasé a estar absolutamente alucinado y excitado. Me metí en el agua y tras un cabeceo en superficie me hice con él. No sé que podía más, si mi alegría por semejante captura o la sorpresa por pescar un bass sin esperarlo, en esta época y de ese tamaño. Lo demás os lo podéis imaginar. 

No sé si alguien quiso regalarme ese momento, lo cierto es que era un día en el que no pensaba en mí, ni en saciar mi ansia de capturas, ni mi ego de pescador. Estaba entregado al que puso en mi camino esta maravillosa afición y todo lo demás que adereza mi vida y es precisamente la vida la que me ha querido compensar de esta manera. Una gran lección en la que se demuestra una vez más que la vanidad del pescador no es el camino para conseguir lo que soñamos. El camino es otro.

A Javi Mateos, que está sufriendo un durísimo golpe con la enfermedad de su padre.

Texto y Fotos: Luis Guerrero

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