EL RÍO VIVO | COMPONENTES ESENCIALES


Tradicionalmente se ha considerado a los ríos como canales proveedores de agua y receptores de residuos. Esta actitud demuestra el gran desconocimiento por nuestra parte de estos ecosistemas de los que dependemos, lo que ha resultado en su preocupante y progresivo deterioro, hasta poner en peligro incluso nuestra propia salud como sociedad.

Obviamente los ríos son mucho más que meros canales. Son las arterias que proporcionan la vida a todo el territorio que atraviesan. Los sistemas fluviales tienen una ecología compleja cuyo equilibrio y preservación es esencial para todos los ecosistemas que conforman, y de los que podríamos considerar al ser humano como último beneficiario.

El río vivo es un ecosistema dinámico en equilibrio natural. Cada una de las partes que lo constituyen juega un papel fundamental en el mantenimiento de la buena salud de todo el ecosistema.

A diferencia de lo que la mayoría podríamos pensar, el río no sólo está compuesto por su cauce inundado, sino que en su ecología consta también de otros componentes esenciales. Estos componentes, todavía con frecuencia, no son considerados como partes del ecosistema fluvial, siendo incluso objeto de un asalto continuo por parte del hombre.

Veamos cuales son las partes y características que definen a un río vivo:


1.-Vegetación y bosques de ribera.


El papel de la vegetación de ribera es esencial en el mantenimiento de las orillas, conservando su cohesión y minimizando el efecto erosivo de la corriente. Asimismo, tiene un fuerte efecto regulador de la temperatura del agua al mantenerla a la sombra en los calurosos días de verano y evitando su excesivo calentamiento. Otras funciones importantes de estos bosques son el aporte de nutrientes por medio de las hojas caídas al río, el mantenimiento de la permeabilidad de los suelos riparios que regula la escorrentía y las riadas y permite la infiltración (lo que absorben los suelos y nutre la capa freática),

la retención y absorción de contaminantes antes de su llegada al cauce, y el cobijo que proporcionan a un sinfín de especies de mamíferos y aves que viven de la producción del río y que tienen un papel importante en el control de las poblaciones de peces.
Estos árboles al morir y caer sobre el cauce tienen una gran importancia ecológica al crear zonas donde se distorsiona la corriente, ofreciendo refugio a invertebrados y peces.


Por su gran disponibilidad de agua, los bosques de ribera en buen estado ecológico pueden alcanzar en ocasiones (cuando el relieve, el suelo y el macro-clima de la zona no lo impiden) un gran desarrollo estructural. Al estrato herbáceo, las matas, los arbustos y los árboles característicos de la mayor parte de los ecosistemas forestales, se unen en ocasiones un gran desarrollo de las plantas trepadoras y lianoides. Y cuando la humedad atmosférica dentro de la ribera es elevada, es posible que existan incluso briofitos (plantas capaces de arraigar en la copa de los árboles sin parasitarlos). La diversidad de especies vegetales y la complejidad de su estructura, constituye un hábitat particularmente rico para los animales.


En ocasiones las Confederaciones Hidrográficas y otros organismos públicos realizan actuaciones de “limpieza” en los ríos. Estas actuaciones suelen consistir en una eliminación de toda la vegetación caída sobre el cauce y las riberas, en un desbroce mecánico de toda la vegetación herbácea y arbustiva de las riberas, en una tala selectiva de árboles eliminado los de menores dimensiones para reducir su densidad, y en un poda de los árboles remanentes eliminando todas las ramas hasta cierta altura. Otra víctima de estas “limpiezas” es la desaparición del sotobosque umbrófilo que existe bajo los árboles. Estas actuaciones tienen el objetivo de aumentar la capacidad de desagüe del cauce, al aumentar la sección hidráulica del mismo, y al reducir la oposición al movimiento del agua que supone la vegetación.

Pudiera parecer que esta destrucción de la vegetación no tiene importancia, ya que el matorral vuelve a brotar rápidamente después de la actuación. Incluso con mayor vigor que antes debido a la mayor insolación existente en la ribera tras la corta y poda de los árboles. Sin embargo, este nuevo matorral no suele ser igual al original. Generalmente se trata de formaciones degradadas compuestas de zarzas y otras pocas especies heliófilas (como tojos en el norte de España), que en modo alguno sustituye al sotobosque original más o menos cercano al clímax ecológico y que estaba formado por multitud de especies como pueden ser saúcos, madreselvas, otras trepadoras (zarzaparrillas, rubias) y un diverso cortejo florístico variable según la zona.

Para hacernos una idea de la gravedad que pueden llegar a tener los daños ocasionados, pensemos por ejemplo que en los ríos cantábricos existen especies relícticas de helechos subtropicales de la era terciaria (Culcita macrocarpa, Woodwardia radicans, etc.) que, aunque en algunos casos están protegidos legalmente, pueden estar siendo eliminados con estos desbroces no selectivos. Lo mismo puede ocurrir con las escasísimas loreras (formaciones de Prunus lusitanica), también relícticas de la era terciaria, que perduran en algunos cauces del noroeste peninsular y Extremadura.

A la sombra de un arbolado maduro, la densidad y la ocupación del espacio por parte de este sotobosque húmedo se encuentran bastante limitadas por la escasez de luz. Sin embargo, el matorral heliófilo que aparece después de la limpieza es mucho más denso e impenetrable debido precisamente a la gran disponibilidad de luz. De esta forma se da la paradoja de que el efecto conseguido con estas limpiezas es el contrario al pretendido: pocos meses después de la actuación aparece un matorral denso que dificulta más la circulación de las aguas en las crecidas que el bosque original. Pudiendo incluso llegar a cegar el cauce por completo, en el caso de los pequeños arroyos.

Otra degradación frecuente del bosque de ribera que puede llegar a tener importancia se debe al ganado extensivo cuando la carga pastoral es excesiva. Un pastoreo moderado de las riberas puede ser compatible en ciertos casos con la conservación de un estado ecológico aceptable en los ríos, ya que puede favorecer incluso la regeneración del bosque de ribera. Sin embargo, cuando esta carga se torna excesiva, el ganado ramonea las jóvenes plántulas que constituyen el regenerado del bosque de ribera. En estas condiciones sólo las herbáceas pratenses y las especies leñosas espinosas logran persistir. Cuando la sobrecarga pastoral es aún mayor estas especies son sustituidas por vegetación nitrófila ruderal (plantas oportunistas que aparecen en zonas degradadas).



2. -Espacio de movilidad fluvial y llanuras de inundación.

Las variaciones del trazado del cauce dentro de su valle a lo largo del tiempo, modelan las llanuras de inundación típicas de los fondos de valle. Este territorio que aunque actualmente pueda no formar parte del río, lo formó en el pasado o podría formarlo en el futuro, constituye el denominado espacio o territorio de movilidad fluvial.

Las llanuras de inundación son zonas de expansión del caudal en caso de grandes avenidas, cuando el agua supera el cauce ordinario y se extiende por una superficie de tierra generalmente mucho mayor, disipando así la energía cinética propia de la avenida al disponer de una mayor superficie de rozamiento.

Esta disminución de la velocidad de las aguas durante el desbordamiento de un tramo del río, modula el avance y la magnitud de la avenida, disminuyendo los caudales punta y nuevos desbordamientos en los tramos situados aguas abajo, lo que puede evitar daños mayores.

Las inundaciones implican un aporte periódico de sedimentos a las llanuras aluviales, convirtiendo estos espacios en tierras muy fértiles. Y el aumento de la superficie de infiltración durante los desbordamientos, aumenta la recarga de los acuíferos. Pero en las últimas décadas, debido a la intensificación de los usos y la enorme cantidad de grandes embalses de regulación construidos en nuestro país, se ha reducido drásticamente en la mayoría de nuestras cuencas la frecuencia y magnitud de las grandes avenidas que renovaban los fondos fluviales y fertilizaban las llanuras de inundación.

Es importante recalcar que estas llanuras son una parte esencial de la anatomía de río, que frecuentemente se ven invadidas por edificaciones humanas, con los riesgos y problemas que ello conlleva.

En los trazados meandriformes, el río erosiona la parte externa de los meandros, provocando un aumento progresivo del radio de curvatura y del ángulo de giro, hasta el estrangulamiento cuando entran en contacto el principio con el final del meandro. Los meandros también tienden a desplazarse hacia aguas abajo.



3. -Fondos de río.


El fondo de río tiene una importancia ecológica muy singular, ya que es el sustrato para la vida en el medio fluvial. Se puede equiparar a la capa fértil de la tierra en la que cultivamos.


La cadena alimentaria fluvial se desarrolla principalmente en el suelo del río donde, por medio de la fotosíntesis, crecen las plantas acuáticas generadoras de materia orgánica,  de éstas se alimentan los macroinvertebrados como los insectos que viven en el río (consumidores primarios) y que a su vez sirven de alimento a peces, anfibios y algunos mamíferos acuáticos. Cuando todos estos animales mueren son devorados por carroñeros como los cangrejos. Finalmente todos los restos de materia orgánica son reducidos y metabolizados por un sinfín de diminutos descomponedores como hongos y bacterias dando lugar a nutrientes básicos que pueden ser reutilizados de nuevo por los primeros eslabones de la cadena alimentaria, particularmente las plantas. De esta manera el ciclo puede volver a empezar.

La reproducción de los peces también tiene lugar en el fondo del río, en zonas de graveras oxigenadas, denominadas frezaderos, aptas para dar cobijo a los huevos durante su desarrollo.

Un fondo de río en buen estado es fundamental para la salud del ecosistema fluvial.



4. -Calidad de agua: Características físico-químicas.


Parámetros como el oxigeno disuelto, materia orgánica e inorgánica en suspensión, temperatura, ph, dureza, ausencia o presencia de contaminantes, entre otros,  definen también a un río determinado perfilando su capacidad para generar vida.


El tipo de sales disueltas y su concentración, el pH y en algunos casos concretos la presencia de sustancias tóxicas, depende fundamentalmente de los materiales geológicos existentes en la cuenca del río.

La temperatura del agua, y por tanto el oxígeno disuelto, dependen de las características climáticas, de la existencia de agua procedente del deshielo, y de la existencia de un bosque de ribera que regule la escorrentía y aporte sombra sobre el cauce.

Por ello, no tienen la misma productividad biológica un río calizo de la meseta castellana como puede ser el Rudrón en Burgos, que un río silíceo de montaña como el Ara en el Pirineo de Huesca, o que una rambla torrencial en Almería. Las aguas del primero tienen una gran concentración de sales de calcio y otros elementos disueltos que facilitan el desarrollo de plantas y animales, como gran número de insectos subacuaticos que a su vez alimentan a peces y otros pequeños organismos, dando lugar a una mayor cantidad de biomasa que en un río silíceo. Las especies existentes en uno y otro río también pueden ser diferentes por el mismo motivo.

Un río vivo también tiene la capacidad de autodepurarse. La toma de materia orgánica e inorgánica en suspensión por parte de las plantas acuáticas a lo largo de su recorrido va modificando las concentraciones de las mismas hasta dejarlas en equilibrio.



5. -Caudales.

La cantidad de agua que discurre por cada zona del cauce del río de una manera natural no es constante en el tiempo. Para hablar con propiedad del caudal en un punto del río, hay que relacionarlo con un momento determinado, es decir en qué época del año y con qué probabilidad de ocurrencia.

De forma general, los caudales proceden de la escorrentía superficial (lo que escurre por las laderas cuando llueve) y la infiltración (lo que absorben los suelos y nutre la capa freática).

-Las aguas de escorrentía llegan de manera más o menos rápida (horas) a los cauces tras la lluvia, provocando avenidas más o menos intensas y duraderas según haya sido la precipitación. Debido al escaso tiempo que transcurre desde que llueve hasta que esta agua llega a los ríos, existe una relación muy estrecha entre el clima y los caudales de los ríos.

-Las aguas que se infiltran se mueven por el subsuelo a una velocidad que depende de la naturaleza y condiciones de los materiales que atraviesan, a menudo muy lentamente, hasta su llegada a los cauces a través del nivel freático. Debido a esta lenta velocidad de movimiento del agua subterránea, las aguas de infiltración llegan a los ríos mucho tiempo después de que haya llovido. Por ello, las aguas de infiltración aportan caudales bastante constantes a los ríos. Son los caudales base, caudales de estiaje o caudales mínimos que circulan por los cauces permanentes incluso meses después de las últimas lluvias.

A modo de ejemplo, en los ríos nivales y pluvionivales, en los que toda o una parte significativa de los caudales procede de las precipitaciones en forma de nieve, la mayor parte de la escorrentía y la infiltración tienen lugar en primavera, cuando tiene lugar el deshielo. Por ello, estos ríos tienen sus máximas avenidas en esta época, independientemente de la época del año en que se hayan producido las nevadas.

Al contrario que en otros climas de precipitaciones más regulares, como el atlántico o centroeuropeo, el clima mediterráneo se caracteriza por una gran variabilidad estacional en las precipitaciones, y especialmente por una intensa sequía estival. Por ello, en verano los caudales suelen ser escasos (caudales de estiaje, aportados mayormente por las aguas subterráneas de infiltración), mientras que en primavera y otoño, y en menor medida en invierno, el aumento de las precipitaciones supone la llegada de mayores caudales a los ríos.
Existe también una variación de los caudales asociada a periodos de tiempo menores, debido a la existencia de tormentas que pueden descargar importantes precipitaciones en lapsos de tiempo muy reducidos, y que pueden provocar grandes avenidas torrenciales en los cauces. Y existe también una variabilidad interanual (años particularmente secos y años especialmente lluviosos) que también se refleja en los caudales de los ríos.
Dentro de nuestro clima mediterráneo, existe también cierta diferencia entre el régimen de caudales de cada río en función del microclima existente en cada cuenca vertiente, la forma de dicha cuenca, e incluso la cubierta vegetal y los usos del suelo (los bosques aumentan la infiltración y reducen las escorrentías superficiales, y en el extremo opuesto las áreas urbanas en las que abundan y los firmes impermeables y las redes de alcantarillado que aumentan las escorrentías disminuyendo las infiltraciones). Por ello, existen ríos geográficamente cercanos que pueden tener regímenes de caudales sensiblemente diferentes.

De este modo, las principales características del clima mediterráneo (torrencialidad, gran variación estacional, y gran variabilidad interanual) se traducen de forma general en unos regímenes de caudales también muy variados y variables en nuestros ríos.
Estas variaciones naturales de caudal (puntuales, estacionales e interanuales) y el grado de predictibilidad de las mismas (como el deshielo de los ríos nivales y pluvionivales), se reflejan  en el ciclo vital de todas las especies autóctonas (tanto animales como vegetales) de nuestros ríos, ya que las poblaciones de cada río están evolutivamente adaptadas a las características naturales del régimen de caudales de ese río en particular.
Vemos así como los altos y fríos caudales invernales permiten el remonte y desove de los salmónidos y las crecidas primaverales el de los ciprínidos. La disminución del caudal y el calor del verano (siempre que no haya sequía) ofrecen las condiciones ideales para el crecimiento de la vegetación y la fauna acuática.

Las crecidas o avenidas hacen la selección natural de los peces que son capaces de nadar sin ser arrastrados por la corriente. Por ello, los peces ibéricos (truchas, barbos, bogas, tencas, etc.) tienen secciones transversales circulares, óptimas para nadar contracorriente. Por el contrario, numerosas especies introducidas tienen secciones más aplanadas (percas, black-bass, etc.) que son fácilmente arrastradas aguas abajo en cuanto el pez se sitúa transversalmente a la corriente. Cuando se eliminan las crecidas naturales de los ríos (en el vaso de un embalse, pero también aguas abajo del dique), las especies autóctonas pierden esta ventaja adaptativa, y son fácilmente desplazadas por  especies introducidas. En la Península Ibérica esto tiene una gran importancia debido a la escasez natural de lagos (excepto pequeñas lagunas de origen glaciar en ciertas montañas, y marismas y tablas con un régimen muy estacional), frente a la proliferación de embalses artificiales.

Durante la época de estiaje, los escasos caudales constituyen de forma natural otro periodo crítico para las especies. Las especies autóctonas están adaptadas a esta escasez de agua, más o menos intensa según el río. Sin embargo, en zonas de regadío,  debido a la regulación desde grandes embalses, es frecuente que los máximos caudales se produzcan durante el verano ya que se utiliza el propio río aguas abajo de las presas como canal de transporte hasta las tomas de agua que se van sucediendo. Estos ríos tienen un régimen de caudales típico de regiones de clima monzónico (con precipitaciones concentradas en el verano), ocasionando un drástico cambio de las condiciones naturales del río que generalmente favorece el desplazamiento de la fauna y flora autóctona a favor de especies introducidas mejor adaptadas a esas condiciones alteradas.


Podemos concluir pues que todos los caudales (estiajes, crecidas estacionales, avenidas) ejercen una selección natural sobre los animales y las plantas de los ríos. Las especies autóctonas se han adaptado a estas condiciones naturales, e incluso dentro de cada especie existen ecotipos diferenciados y adaptados a las condiciones de cada zona, a veces incluso de cada río.
Se entiende, por tanto, que la conservación de las condiciones favorables para la fauna y la flora propios de cada río, no dependen únicamente del establecimiento de un único caudal mínimo, caudal de mantenimiento o caudal ecológico, sino de todo un régimen de caudales a lo largo del año que conserve las características del régimen natural, con sus crecidas y estiajes propios de cada época o estación.



6. -La particular fragilidad de los tramos bajos

Una idea que en ocasiones puede parecer intuitiva, consiste en la creencia de que los tramos altos o de cabecera son más frágiles, y que su destrucción o alteración causa un mayor impacto o efecto negativo sobre los ecosistemas.

Sin embargo, la realidad es justamente la contraria: son los tramos bajos los que son especialmente frágiles ecológicamente. El motivo, es que los tramos bajos están más alejados de otros tramos similares características que los tramos altos o de cabecera.

Un ejercicio práctico para comprenderlo, consiste en numerar jerárquicamente los distintos tramos de una red fluvial. Se comienza asignando a los tramos de cabecera el número de orden 1. La confluencia de dos tramos de igual número de orden da lugar a un tramo de orden una unidad superior. Y la confluencia de tramos de distinto orden, da lugar a un tramo que conserva el mayor de los órdenes anteriores. La siguiente figura muestra un ejemplo.

En el esquema de la figura anterior, se aprecia como la distancia entre dos tramos de orden 4 es muchísimo mayor que entre tramos de orden 1. En definitiva, cuanto mayor es el número de orden de un tramo fluvial, mayor es su distancia a otros tramos de número de orden similar.

Las especies animales y vegetales propias de tramos bajos, son particularmente sensibles a una degradación o destrucción de su hábitat, ya que los tramos fluviales de similares características ecológicas se encuentran frecuentemente a cientos de kilómetros de distancia.

En la segunda parte de este artículo veremos la conexión entre estos componentes del río y como su interacción conforma la dinámica de un río vivo.

Artículo de AEMS Rios con Vida: Andrés López Cotarelo, César Rodríguez y Alfonso Soria.

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