La Trucha en los Archivos

FLY FISHING MAGAZINE:LA TRUCHA EN LOS ARCHIVOS


Inauguramos una sección que nos permite ver la trucha desde ámbitos infrecuentes. Como amantes del deporte de la pesca, debemos ganar perspectivas para, después, darlas a conocer. Así, visitaremos archivos y museos, realizaremos entrevistas, escudriñaremos entre la literatura y el ensayo para, finalmente, adentrarnos en fuentes recónditas que siempre nos ampliarán la mirada hacia las aguas del río. Las pesquisas que nosotros desarrollemos pueden servir como modelo para cualquier otro punto de la geografía.

Para ello hoy visitamos el Archivo Provincial de Huesca que está situado en el Coso Bajo, al amparo de las murallas romanas y medievales que circunvalaban la vieja Osca, a escasos metros de donde se han encontrado los vestigios del teatro romano. Lo que hoy es archivo, hasta el segundo tercio del siglo pasado era un colegio un colegio religioso regentado por la orden de Santa Rosa.



Nuestro objetivo es analizar la pesca de la trucha a través de las infracciones cometidas y de las denuncias correspondientes. Acudiremos a dicho archivo porque es a este lugar a donde todas las administraciones han remitido la documentación que posee una antigüedad relevante. Por la ley de privacidad no se pueden consultar documentos con una antigüedad menor de cincuenta años.

Los fondos los encontramos en la “Sección Agricultura”, dentro de los “expedientes sancionadores de 1900 a 1962” pertenecientes a la “Administración forestal”.

Nos ceñiremos, de momento, al periodo 1900-1944 y dejaremos el resto para otro momento.

Como consultar toda la información requiere mucho tiempo, efectuaremos “catas”o muestras  cada tres años para analizar la información. Con esta metodología el estudio resultante también será significativo.

En el periodo 1900-1944 nos encontraremos con dos usos piscícolas de los ríos: Por una parte, el uso tradicional, al margen de la ley, y de supervivencia. Y, por otra, los que conllevaban  la incidencia de la guerra, la posguerra y las primeras obras públicas en el Pirineo. Apenas encontraremos uso deportivo en este periodo.

A través del estudio analizaremos la vida cotidiana que rodeaba a los ríos. Recogeremos la preocupación medioambiental que existía en la época, su legislación, la evolución de la vigilancia, la pobreza que obligaba a mojarse en el río, el perfil de los infractores y los medios que utilizaban. Y es que, hasta la fecha, la historia de los ríos del Pirineo se ha reducido a la de sus puentes, molinos, almadías y aprovechamientos hidroeléctricos, por lo que queda otra más amplia por construir.

De los 164 expedientes estudiados, el 80 % corresponde al periodo 1920-35, época en que la preocupación regeneracionista se hizo presente en el monte a través de legislación, personal y medios. La guerra civil y la postguerra truncarían el proceso.

La climatología haría que las sanciones se produjesen, en el 90% de los casos, entre abril y septiembre, siendo todas a causa de los artefactos utilizados y del pescar sin licencia.

Los denunciados lo serían, mayoritariamente, por causas de supervivencia, pues la pesca como ocio apenas aparece reflejada en los documentos. Al ser la pesca de componente tradicional, pesan sobre ella las motivaciones arcaicas y grupales. Se pesca y se caza en grupo como en la noche de los tiempos. Lo más corriente para la pesca son grupos de 3 o 4 personas, generalmente jóvenes, aunque no suele faltar una persona mayor para dirigir los aprendizajes iniciáticos. Sólo la pesca a mano o a “uñeta” la practican una o dos personas, a veces, apoyadas por la noche con teas o candiles de carburo. En las inmediaciones de las poblaciones de Jaca y Barbastro pesa la acción de la etnia gitana, falta de alimentos.

Los denunciantes, a partir de 1915 y dado el incremento de casas cuarteles en el medio rural, suelen ser, de modo mayoritario, miembros de la Guardia Civil. En este mismo año se crearía el Servicio de Piscicultura Forestal y veremos aparecer a sus miembros por parejas, quizás por mimetismo con el Instituto Armado. Por otra parte, la acción de los carabineros en este campo apenas tiene consistencia, dada su dedicación a la custodia de las fronteras.

Las sanciones abarcan las cuencas pirenaicas y pre-pirenaicas de la provincia de Huesca, siendo las del Aragón y Cinca –por cuestiones demográficas y de necesidad- las más afectadas, seguidas por las del Gállego y Noguera Ribagorzana.

La especie principal, objeto de sanción, es la trucha y le siguen los barbos y madrillas.

Respecto a las estrategias y artefactos, como se ha señalado, la caña apenas hace presencia debido a que la pesca por necesidad, según prácticas depredadoras tradicionales, es mayoritaria. Sólo la vemos en manos de algún ferroviario en Canfranc.




La dinamita aparece sobre 1920, asociada a los obreros de las primeras obras públicas en el Pirineo.

La inmensa mayoría de las estrategias y artefactos utilizados son tradicionales: Por un lado, las redes de arrastre o de lance, permitidas, pero que no cumplen la anchura reglamentaria en los nudos de la malla. Y, por otro, la pesca a mano y por derivación o agotamiento del agua a través de empalizadas, mangas o trampas hechas a base de cestería (buitrones, en castellano; bolturinos y otras variantes, en aragonés).

Hasta la guerra civil, el Regeneracionismo de Joaquín Costa –“Escuela y despensa”- no sólo lo veremos aplicar en el monte y el bosque, también aparecerá en los ríos, como apreciamos en estas denuncias. De hecho, si la respuesta para el bosque va a ser los viveros y la repoblación forestal, para los ríos lo serán las piscifactorías, pues ya se vislumbran como fuente de riqueza alimenticia y turística. De hecho, en 1886 se crea la del Monasterio de Piedra (Zaragoza) y para 1924 se proyectan 14 para el resto de España. Por el contrario, los vedados apenas aparecen en este periodo.

Finalmente, la mayor parte de las denuncias se producen a causa de los artefactos utilizados y de la ausencia de licencia porque para el montañés resultaba, todavía, incomprensible que la supervivencia quedase sujeta a normas.

La ley de pesca que regula las denuncias será  la de 1907, mejorada en 1942 por otra. Dicha legislación obligaba a destruir en las mismas orillas los artefactos ilegales y a devolver la pesca incautada al río, si estaba “viva”, o a destinarla a actos caritativos si no le estaba.

Algunas de estas denuncias podrían haber inspirados guiones para la filmografía de la España profunda. Pensemos en el caso de dos hermanos de Torla, que con 76 y 79 años, respectivamente, pescaban de modo ilegal en el Parque Nacional de Ordesa, nada más constituirse éste en 1918. Lo hacían para que otro vecino de Torla pasase por las quebradas, paquetes de truchas a los hoteles de Gabarnie que ya recogían al pirenismo galo más selecto. De cualquier modo, ante la evidencia de las redes encontradas, como reflejan los expedientes, argumentaron al guarda: “Nosotros no podemos. Se nos ha acortado la vista en modo que de noche no vemos nada”.

Quede este testimonio gráfico como testigo de la enorme evolución que ha habido en nuestros ríos alrededor de la pesca de la trucha, algunos favorables y otros muchos que, todavía, dejan bastante que desear.

Enrique Satué Oliván. Profesor de Geografía e Historia del IES Pirámide de Huesca.


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